Lo llevé a casa y presenté a mis padres. Acepté que en el domicilio nuestras emociones deberían de ser contenidas; pero extrañaba sus caricias. Llegaba al anochecer y pasaba a verme. Decía “hola que tal como te ha ido” sonreía y contestaba “bien” Luego íbamos a la sala y mamá le traía un vaso con agua de frutas. Cuando las palabras se hacían bolas en nuestra mente nos mirábamos como idiotas y sonreíamos sin motivo. Pasó un mes y mamá a solas me decía:
—Que serio es tu novio, siempre tan callado, ¿Así es?
Unos de esos días en que todo parecía ser la calca de los ayeres y viendo que mis padres estaban ocupados en la cocina lo empecé a fajonear y él diciéndo “ nos van a ver” y retirándose. Me enojé que tuviese atole en las venas y acariciando su pìerna, subí mis yemas hasta el pubis y sobé de arriba abajo y de abajo hacia arriba... hasta que sentí su respuesta.
Él no sabia que hacer... y me daba plaser, verlo colorado y caliente y yo riéndome. Era una risa a veces risa, y en otras parecía. En la noche lo esperaba emocionada, pues, los días habían dejado de ser monótonos y siempre estaba con un ojo al gato y el otro al garabato. “Por favor estate quieta" y lo dejaba, para después continuar.
Un día mis padres salieron y me preguntó por ellos, “luego vienen” le dije y empecé mi juego de sobarle la entrepierna. Mi osadía se convirtió en temor, cuando sentí que sus manos me tomaban de las caderas y limpiamente ajusté sobre él. Ya no me río y él espera paciente a que me vuelva la risa.
Negritud por Rubén García García
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Sendero Compré un vestido negro, discreto. Suelto, tres cuartos, de buen
algodón y fina caída. Por fin lo lucí, con un maquillaje sobrio. Mi esposo
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Hace 1 día
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